Cuando yo era un niño era habitual acudir a la calle Alfalfa los domingos para recorrer un verdadero zoo urbano en el que se daban cita, en esta céntrica vía sevillana, todos los que querían vender o comprar un animal de compañía. Recuerdo ver serpientes amarillentas, camaleones multicolor y manadas de cachorros, acompañando el cántico desordenado de aves de todo tipo. Me parecía estar estar dentro de un cuento infantil rodeado de animales imposibles. Un desorden urbano que acabó por prohibirse para tratar de regular la compra y venta de animales de compañía que había desatado la invasión de especies exóticas, un problema ambiental que cuesta 12.000 millones de euros al año según la Agencia Europea de Medio Ambiente.
Una de esas especies invasoras que muchos niños compramos en la calle Alfalfa, era la tortuga de Florida (Trachemys scripta), un galápago que se convirtió en la mascota más comercializada durante años, debido a su comodidad para mantenerlo en las casas. Sin embargo, esta simpática tortuga tiene el dudoso honor de ser una de las 100 especies exóticas más dañinas del mundo según la Comisión de Supervivencia de Especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). La tortuga de Florida ha acabado, literalmente, con las tortugas autóctonas en todos los estanques y lagunas que ha colonizado, haciendo alarde de una agresividad y voracidad sin rivales. Hoy ya no es posible comprar uno de estos galápagos en las tiendas de mascotas, está prohibida su venta desde que se publicó el Catálogo de Especies Exóticas Invasoras, regulado por Real Decreto en 2013.
LEE EL REPORTAJE COMPLETO PUBLICADO EN EL HUFFINGTON POST: