Relocalizar la agricultura, multiplicar las pequeñas fincas de policultivos y cuidar la tierra, son algunas claves de la soberanía alimentaria: una agricultura a escala humana y no a la de los gobiernos y especuladores. ¿Se supo por fin quién fue el causante de la contaminación por E.coli? No, ni se sabrá. Ese es el problema. Es un modelo fuera de control. Descarrilado”, asevera Gustavo Duch, autor de ‘No Vamos a Tragar’
La sociedad globalizada capitalista ha inventado el concepto ‘crisis alimentaria’ para evitar tener que llamar a las cosas por su nombre: hambre, especulación con los alimentos, envenenamientos industriales… “La alimentación ha dejado de ser un derecho humano para convertirse en un negocio”, denuncia Gustavo Duch, fundador de Veterinarios sin Fronteras, coordinador de la revista Soberanía Alimentaria y escritor.
Su último libro ‘No vamos a tragar’, editado por Los Libros del Lince pone sobre la mesa las terribles consecuencias del sistema agroalimentario actual, pero también da la alternativa para salir del callejón sin salida del negocio de los alimentos: la soberanía alimentaria. “Lo que era un concepto en boca de pocas personas y mayoritariamente gentes del campo, hoy es clamor de la ciudadanía”, asegura Gustavo Duch y recalca que “la soberanía alimentaria, junto a propuestas como el buen vivir, la economía solidaria o el decrecimiento, son orientaciones para hacer de esta época de cambios un cambio de época”.
Crisis como la del pepino contaminado por la bacteria E-coli 104, que se detectó en Hamburgo (Alemania) en mayo de 2012 y que señaló al principio a los pepinos españoles como responsables, tienen un trasfondo del que pocas veces se habla y que está en el germen de este negocio que enriquece a unos pocos arrojando a la pobreza a miles de personas. “La crisis del pepino es una excelente fotografía del modelo agroalimentario industrial que precisamente, es fabuloso a la hora de producir crisis: crisis de hambre, de precios, de cambio climático… En esa crisis vimos como un sistema globalizado en manos de muy pocas empresas es siempre un riesgo para la salud pública pues es absolutamente imposible controlar sus desmanes. Son intrínsecos al modelo de producir industrialmente, moverse en grandes viajes, interconectando procesos. Muy diferente de la agricultura campesina, a escala humana, donde -sin estar exentas de riesgos sanitarios- estos siempre son detectables y atajables. ¿Se supo por fin quién fue el causante de la contaminación por E.coli? No, ni se sabrá. Ese es el problema. Es un modelo fuera de control. Descarrilado”, asevera el autor de ‘No Vamos a Tragar’.
En efecto, muchos países producen sólo para exportar en detrimento de su mercado nacional y su campesinado local. La concepción de la alimentación como un negocio ha permitido que algo tan esencial como el derecho a comer esté condicionado por la especulación bursátil. Con la crisis en determinados sectores, como el inmobiliario, los fondos de inversión se han trasvasado al mercado de futuros alimentarios. Los contratos de futuro (por los que dos partes acuerdan la compra-venta de determinados productos a un precio marcado en una fecha concreta) han llegado a los parqués donde los corredores de Bolsa negocian con estos contratos, no con los productos en sí, sino con la ilusión creada -no real- de esa operación. “¿Quién gana con todo esto? Las empresas de especulación e inversión y las compañías que controlan el suministro de materias primas”, sostiene Gustavo Duch, y asevera que “a cambio, pierden los países que han aumentado su dependencia de las exportaciones a causa de la pérdida de soberanía”. Los propios especuladores dan cifras de este gran negocio de los alimentos: Un estudio de Lehman Brothers aseguraba que desde 2003 el índice de especulación de las materias primas se ha incrementado en un 1.900%; una especulación de tal tamaño que según el Parlamento Europeo, es el responsable de un 50% del aumento de los precios.
El resultado es un ‘negocio sucio’ que arrastra al hambre a miles de personas cada año. El Banco Mundial reconoció que el alza de precios sufrida por la especulación alimentaria en 2010 llevó a la pobreza a 44 millones de personas. La solución: “la ruta de la soberanía alimentaria”, que define Duch en su último libro como “otra forma de entender la relación con la naturaleza”.
“Hay que conseguir que la agricultura se relocalice y devolver el protagonismo al sector primario; multiplicar las pequeñas fincas de policultivos, cuidando la tierra, como medio de vida y alimentación sana frente a los monocultivos que convierten lo que deberían ser alimentos en diesel o fast food”, apunta Gustavo Duch.
Y mientras, como reza el título de su libro: no tragar con una economía que no está al servicio de la gente, con las políticas de acaparamiento de tierras cultivables ni con la especulación en bolsa de los alimentos.